domingo, 9 de diciembre de 2012

Yo soy Alfon

La detención, el pasado 14-N, de Alfonso Fernández Ortega me ha traído a la memoria dos recuerdos tan lejanos como, por desgracia, vigentes.
 
El primero es cinematográfico. El burdo y fracasado intento de utilizar a un único activista como chivo expiatorio de una huelga general que movilizó a millones de personas, me ha hecho evocar la que, muchos años después de verla por primera vez, sigue siendo mi secuencia cinematográfica favorita; pertenece a Espartaco, de Stanley Kubrick, y es aquella en la que, tras la derrota de los esclavos por las legiones de Craso, los vencedores conminan a los vencidos a entregar a su jefe. “Yo soy Espartaco”, repiten entonces los prisioneros uno tras otro, hasta que sus voces se convierten en un clamor. Y no lo hacen solo para salvar a su líder de la cruz que Roma le tiene reservada, sino porque cada uno de ellos se identifica plenamente con Espartaco, es otro Espartaco. Han cobrado conciencia de que la suya es una hazaña colectiva, han socializado el heroísmo, se han hermanado en un “uno para todos y todos para uno” que se anticipa en dos mil años al comunismo. No tienen nada que perder sino sus cadenas. Han cobrado conciencia de clase.
 
El segundo recuerdo es más personal, pero tan transferible como el anterior. Cuando yo tenía la edad de Alfon, un par de policías me sacaron de la cama de madrugada y me llevaron a la Dirección General de Seguridad. Mi delito: manifestar mis opiniones en los escasísimos espacios a los que la prensa de la época me permitía acceder.
 
Me tuvieron tres días incomunicado, me sometieron a durísimos interrogatorios y me encerraron en una celda de castigo que no era mucho mayor que una cabina telefónica. Casi medio siglo después, y tras una supuesta transición democrática, nuestro compañero Alfon ha sido atropellado de forma similar y por las mismas razones. Los herederos de Franco y de la Inquisición siguen actuando con la impunidad de siempre, y seguirán haciéndolo mientras no los detengamos.
 
Carlo Frabetti - La Haine

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